A pesar de que, con las revoluciones industriales, la humanidad ha logrado un control sin precedentes del medio natural, el estudio de la historia nos demuestra que continuamos siendo completamente vulnerables a cualquier cambio climatológico.

El periodo cálido actual

Actualmente, tenemos la certeza, gracias a datos aportados por diferentes disciplinas científicas, que, con independencia del factor humano, los ciclos de variación solar y el fenómeno de la precesión de los equinoccios son los principales causantes de los periodos de glaciación que afectan al planeta y tienen un efecto directo sobre el clima a la tierra.

Desde 1850, vivimos una etapa de relativa bonanza climatológica, uno de los periodos más cálidos del Holoceno, el actual periodo geológico de la tierra que empezó hace unos 10.000 años con el final de la cuarta glaciación del Pleistoceno. Este periodo actual, de veranos frescos e inviernos templados, poco tiene que ver con la climatología extrema que tuvieron que enfrentar nuestros antepasados.

La pequeña Edad de Hielo (del 1250 a 1850)

Del año 1250 al 1850, la tierra sufrió el efecto de un periodo de exigua actividad solar, que hizo bajar las temperaturas de manera generalizada. Este periodo, conocido en el ámbito académico como la Pequeña Edad de Hielo, tuvo tres mínimos históricos conocidos como Spörer (1460-1550), Maunder (1645-1715) y Dalton (1790-1830). A los fríos inviernos de este último periodo se atribuyen las peculiares pelucas empleadas por la nobleza europea y la revuelta de los Sans-culottes que daría lugar a la Revolución Francesa.

El periodo cálido medieval (del 900 al 1300)

La Baja Edad Media estuvo marcada por el periodo cálido medieval, que permitió una gran explosión demográfica en el continente europeo. Esta etapa climatológica favorable terminó repentinamente a principios del siglo XIV y provocó varias décadas de penurias y malas cosechas que tuvieron su punto más oscuro en la Gran Hambruna de 1315 y la Peste Negra de 1347, desastres que comportaron la reducción de la población mundial a la mitad.

La gran noche del 535

La Alta Edad Media, a menudo considerada una edad oscura en occidente, fue un periodo de importantes cambios climatológicos provocados por un suceso geológico que se produjo en el 535-536. Se trata de un suceso conocido por múltiples fuentes. El historiador bizantino Procopius registró que el sol emitía luz «sin brillar». Los Anales Irlandeses registran un año entero «sin pan». Un año de niebla seca y una década de malas cosechas fueron registradas en el Oriente Medio. Nevadas en mitad del verano están documentadas por los registros de las dinastías chinas. Una sequía extrema en el actual Perú trastornó la cultura Moche. El análisis dendrocronológico muestra un crecimiento poco significativo del roble irlandés en 536. Estas evidencias han llevado a los científicos a la conclusión que una erupción volcánica habría levantado una inmensa nube de polvo y habría impactado en el clima terrestre, con consecuencias catastróficas incalculables.

El verano romano (del 250 AC al 400)

Un periodo cálido inusual fue registrado del 250 AC al 400, periodo que marca el ascenso y la caída del Imperio Romano, por lo que ha sido llamado el Periodo Cálido Romano. Un análisis de polen de alta resolución de un núcleo de Galicia concluyó en el 2003 que este periodo cálido duró del 250 AC al 450 en el noroeste de Iberia. Un análisis de 1986 de los glaciares alpinos concluyó que el mismo periodo era significativamente más cálido que los periodos que inmediatamente lo precedieron y siguieron.

Glaciación de la Edad de hierro (del 900 AC al -300)

El periodo anterior en verano Romano es conocido como la Glaciación de la Edad de Hierro y coincide con el periodo de expansión helenística. Se han encontrado indicadores arqueológicos y paleoecológicos de un cambio climático abrupto en los Países Bajos, así como pruebas de importantes mínimos de temperaturas hacia el 650 AC.

Colapso de la Edad de Bronce (1200 AC)

Un suceso con implicaciones catastróficas para el clima del planeta fue determinante, según los especialistas, en el colapso de la Edad de Bronce, hacia el 1200 AC. Este suceso habría provocado la desaparición repentina de los reinos micénicos de los Balcanes, la dinastía Cassita de Babilonia, el imperio Hitita de Anatólia, el Reino Mediano de Egipto, la destrucción de la ciudad de Ugarit y de los estados amorreos del Levante, la fragmentación de los estados Luvitas de Asia menor y la interrupción de todas las rutas comerciales conocidas en la antigüedad. Como consecuencia de la decadencia de estos imperios, surgirían posteriormente los conocidos como Pueblos de Mar. La naturaleza de este suceso catastrófico, sigue siendo motivo de debate, siendo atribuida a la evolución natural de la actividad solar o a la erupción volcánica del Hekla 3 de Islandia, entre otras teorías. Aun así, no hay duda de los efectos de este suceso, habiéndose probado un largo periodo de sequías devastadoras a través de varios estudios, como los trabajos académicos sobre el polen en los núcleos de sedimentos del mar Muerto y el mar de Galilea.

La fría Edad de bronce (del 1800 AC al 1500 AC) y la óptima Edad de bronce (del 1500 AC al 900 AC)

La Edad de Bronce ha sido dividida por los especialistas en dos periodos climatológicos principales. Un periodo con temperaturas especialmente frías en el Atlántico Norte se produjo del 1800 AC al 1500 AC y fue seguido por un periodo más cálido, del 1500 AC al 900 AC. Durante este periodo, se produjeron también varias erupciones volcánicas que sacudieron el clima del planeta: el Vesuvio (el 1660 AC), el Aniakchak (el 1645 AC) y el Thera (el 1620 AC), este último sería responsable de decadencia de la civilización minoica.

La gran aridificación del Holoceno (hacia el -3900), la inundación del Mar Negro y los terribles secretos de las antiguas civilizaciones

Un acontecimiento climatológico de gran alcance sacudió el planeta hacia el año 3900 AC y se lo considera responsable de la desertificación del actual Sáhara, que anteriormente había sido una de las zonas boscosas más frondosas del planeta.

También, según la hipótesis de la inundación del Mar Negro, planteada el 1997, el progresivo aumento del nivel del mar durante el actual periodo interglacial habría provocado, hacia el 5600 AC, el derrame repentino del mar Mediterráneo sobre el actual Mar Negro, que antiguamente habrías sido un lago, causando así la destrucción de todas las comunidades humanas que habitaban la zona y dando lugar al mito del diluvio.

Mitos sobre antiguas civilizaciones humanas tecnológicamente avanzadas que desaparecieron como consecuencia de una gran catástrofe natural son recurrentes en todas las culturas antiguas. La Atlàntida de Platón o el mito del Diluvio, del cual se han registrado centenares de variantes, son muestras evidentes de esta tradición milenaria. Estudios recientes han cuestionado la egiptología clásica aportando dudas razonables sobre las dataciones oficiales de las grandes pirámides y proponiendo que habrían sido construidas por civilizaciones muy anteriores que fueron destruidas por el desastre climatológico de 3900 AC o por algún cataclismo todavía más remoto. Lo cierto es que nuestro conocimiento actual de la prehistoria nos permite afirmar que habido decenas de periodos suaves entre glaciaciones extremas en los cuales la humanidad podría haber llegado a desarrollar sociedades complejas que después hubieran sido borradas de la faz, sin dejar ningún rastro o casi ninguno de su existencia.

El reto de la humanidad es sobrevivir como especie

Estas evidencias científicas tendrían que hacernos reflexionar seriamente sobre los retos de la humanidad. Todo el conocimiento científico y todo el desarrollo tecnológico de nuestra especie en esta fase actual, no servirán de nada si no podemos enfrentarnos con éxito a las importantes amenazas que nos asedian. La subida repentina del nivel del mar, una erupción volcánica en cualquier lugar del planeta, una convulsión climática que afecte la producción agrícola a escala masiva, una glaciación que deje bajo el hielo la mayor parte de la tierra habitable o un movimiento tectónico de consecuencias devastadoras no son sólo pretextos para guiones de películas catastrofistas de domingo por la tarde. Son posibilidades reales que no podemos obviar.

Lamentablemente, la humanidad sigue todavía perdida en el laberinto de las espurias aspiraciones individuales, zarandeado por guerras fratricidas, dividida en clases e identidades, con la mirada puesta en el corto plazo, en el beneficio rápido, viviendo de manera inmadura e inconsciente. Por eso, para sobrevivir, habrá que soltar los lastres ideológicos del decadente liberalismo individualista y asumir la necesidad de un desarrollo comunitario planificado, en equilibrio con la naturaleza.

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