
Un estudio reciente del FMI publicado el pasado mes de enero por Philip Barrett y Sophia Chen, titulado «Repercusiones sociales de las pandemia», analiza la relación entre las epidemias y el descontento social, a partir de evidencias globales tomadas en consideración en las últimas décadas. El estudio recurre a un índice basado en la cobertura mediática de la tensión social para crear un “Índice de Tensión Social Reportada”, que proporciona un indicador mensual uniforme de la tensión social en 130 países desde 1985 hasta la actualidad. A partir de este índice, el personal técnico del FMI pudo constatar que, en general, los países con epidemias más graves y frecuentes también experimentan mayores tensiones sociales.
Históricamente, las pandemias han generado un clima de inestabilidad social que ha sido el caldo de cultivo de innumerables rebeliones. Desde la plaga de Justiniano del 541, pasando por la peste negra europea de 1347, o la gran pandemia de cólera que arrasó París en 1832, (que el poeta Victor Hugo plasmaría en su gran obra «Los Miserables»), la historia está plagada de ejemplos de cómo brotes de enfermedades acaban con importantes revueltas sociales que pueden modificar la política, subvertir el orden social y provocar graves enfrentamientos.
Los efectos de las pandemias no se hacen evidentes a corto plazo, ya que las crisis humanitarias tienden a impedir la comunicación y los desplazamientos necesarios para organizar protestas. Además, durante las pandemias o inmediatamente después, es posible que la opinión pública se cohesione y se muestre solidaria en los momentos más difíciles. Sin embargo, a largo plazo el riesgo de tensión social se dispara.
El estudio demuestra que las epidemias, al igual que otras amenazas, aumentan la probabilidad de que estallen disturbios sociales. Además, los posibles daños económicos graves de las epidemias, especialmente si afectan de manera desproporcionada a las personas más empobrecidas, pueden recrudecer la desigualdad y sembrar la semilla de futuros disturbios sociales. La desigualdad elevada puede desencadenar más estallidos sociales y el malestar social será mayor, cuanto más elevada sea la desigualdad de renta al inicio.
La mala gestión de las epidemias puede revelar problemas más profundos, como la insuficiencia de las redes de seguridad social, la incompetencia del gobierno o la falta de confianza de la ciudadanía en las instituciones.
En aquellos países donde el malestar era elevado antes de que comenzara la crisis del COVID-19, el conflicto social ha disminuido a medida que la pandemia se generalizaba. Si la historia sirve de guía, es razonable pensar que, a medida que la pandemia desaparezca, la tensión vuelva a resurgir en aquellos lugares donde ya existía, no por la crisis del COVID-19 en sí, sino simplemente porque no se han abordado los problemas sociales y políticos subyacentes.
Fuente: FMI
Etiquetas: Democracia
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